Como añadido a la Cruzada de los niños, os enlazo con este documental del canal Historia, para ahondar más en el asunto, está muy bien desarrollado, y en él se explican las diferentes versiones que hay, así como las investigaciones más recientes.
LEYENDAS MEDIEVALES
La cultura del Medievo y sus mitos
Como añadido a la Cruzada de los niños, os enlazo con este documental del canal Historia, para ahondar más en el asunto, está muy bien desarrollado, y en él se explican las diferentes versiones que hay, así como las investigaciones más recientes.
"La capital de España pudo ser Granada, Barcelona... o Lisboa"
Catedrático de Historia Medieval y Director del Instituto de Estudios Medievales de la Universidad Autónoma de Barcelona, José Enrique Ruiz-Domènec (Granada, 1948) propone en su último libro -España, una nueva historia- otra forma de mirar a nuestro pasado. Más allá del frío recuento de fechas, el factor humano sería, para este autor, el elemento clave de cualquier narración histórica.
Cuando acudo a la cita con José Enrique Ruiz-Domènec, pienso en la catarata de elogios que está recibiendo este historiador granadino largamente afincado en Barcelona. Se reveló con la biografía El Gran Capitán: retrato de una época (2002) y hoy se le considera el paladín de la llamada historia narrativa, que evita la fría enumeración de sucesos y aspira a construir un gran relato que cautive y entretenga al lector. Voy con los deberes hechos, tras haber devorado las páginas de su ambiciosa España. Una nueva historia (Gredos), que me ha parecido un ameno reencuentro con viejos conocidos, personajes oídos mil veces en el colegio sin que realmente llegáramos a saber demasiado de sus vidas. Y voy, claro, con un folio repleto de dudas, las de cualquier español medio sobre un pasado tan manipulado por unos y otros.
-Usted escribe ahora una historia de España cuando muchos niegan que España sea una entidad con demasiada historia. Para los nacionalismos, España no existe hasta 1812, hasta las Cortes de Cádiz.
-Eso es una confusión de la cultura con la política constitucional. Si no hubiese existido España, ¿qué ocurre con la cita con la que yo comienzo el libro, del siglo XV, de la biografía de Pero Niño, conde de Buelna, en la que se dice de este que, como caballero, "mejor que él no había nadie en la nación de España"? Es una fuente histórica, no literatura, así que, si España no hubiese existido, ¿a qué se estaba refiriendo el biógrafo? ¿Se refería a Castilla? No es verdad. Y le daré otro ejemplo: cuando Pere Carbonell, archivero de Fernando el Católico, escribe un libro sobre España desde Barcelona y dice en él que Fernando es uno de los grandes reyes de España, ¿a qué se estaba refiriendo?
-Visto así, parece obvio.
-Estos historiadores se referían a una España que era una realidad cultural, una actitud sentimental, una red de tradiciones, legados y memoria en la que había un reconocimiento de la romanización como fundamento de un pasado común, con intentos variopintos de encontrar una síntesis para articular el legado romano, como el reino asturleonés, el catalán o el omeya. Cierto que los reyes no eran reyes de España, pero algunos se llamaban reyes de Hispania, el vocablo romano para hablar de España. Cuando Alfonso VII dice ser Imperator de Hispania, ¿a qué España se refiere? Por supuesto, a Castilla, León, Galicia y partes de Portugal, pero también a Toledo, Murcia y Almería -que él conquista en ese derecho-, y a Teruel y Valencia, que entonces eran musulmanas. En definitiva, no voy a decir que la España de Isabel II en el siglo XIX fuera la misma que la del rey godo Sisebuto, pero sí afirmo que ese legado cultural español existe. Y muchas decisiones actuales provienen de aciertos y errores de épocas muy pasadas.
-Explique, explique...
-El eje de vertebración de los reinos de la Península Ibérica, que se quiere articular entre los territorios de la periferia y los del centro, es una herencia de los visigodos. Ellos eligieron Toledo como capital de su entronque, que iría desde Arlés, en la Septimania romana más allá de los Pirineos, pasando por Tarragona y Toledo hasta Sevilla. ¡Ese es el eje del AVE! Y lo pensaron los visigodos.
-¿España no es una entelequia?
-En absoluto. Descansa en la geografía peninsular, muy específica y difícil, un microcontinente en un territorio muy pequeño. En sólo 60 kilómetros se pasa del clima mediterráneo suave de Benicarló con 20 ºC, a Morella, de clima alpino muy duro y temperaturas de hasta -10 ºC. Y en Andalucía, en 80 kilómetros vamos del ambiente subtropical de Almuñécar al ecosistema alpino de Granada. A su vez algunos territorios, como Cataluña, son microcontinentes dentro del microcontinente ibérico. Toda esta geografía no la podemos olvidar, porque sobre ella aparecen las modalidades de construcción del país: la España seca, la España húmeda, y problemas que aún perduran como el de adónde tiene que ir el agua de los ríos.
-¿Conocer la historia puede ayudar a solucionar problemas, o es mucho pedir?
-Los problemas los tienen que resolver los políticos, que para eso están. Pero la historia ayuda a entenderlos, aunque para ello es necesaria no una historia de opereta, como se había explicado, sino una historia real, con sus personajes y sus testigos.
-¿Una persona puede cambiar la historia, o es un tópico?
-Yo reivindico mucho el factor humano, que ha sido muy desacreditado por la hipocresía de los historiadores, pero que siempre resulta clave. No es lo mismo que el vencedor del golpe militar del 18 de julio fuera Franco a que lo hubiera sido otro general como Cabanellas, Queipo de Llano o Varela. La Guerra Civil hubiera sido diferente y la historia, distinta. Lo mismo se puede decir de Felipe II: no actuaba igual el príncipe renacentista que fue de joven que el hombre ensimismado en que se convirtió a partir de 1580. ¿Qué habría pasado si se hubiera decidido a llevar la capital de España a Lisboa, como pudo ocurrir? Hubiéramos tenido una realidad ibérica sin independencia de Portugal, porque ¿cómo se iba a haber independizado el país que soportaba la capital del reino?
-¿La capital de España, que hoy parece inamovible, pudo cambiar más veces?
-He pensado muchas veces por qué Carlos V no convirtió Granada en la capital de España. Estuvo a punto de hacerlo por razones sentimentales pero le convencieron de que estaba demasiado lejos de sus verdaderos intereses en Alemania y Lombardía. Alfonso XIII, por su parte, se equivocó al no tomar la decisión de traer la capital a Barcelona en 1888, en un momento en que todo el mundo se lo decía porque era la ciudad en auge. ¿Habría habido mucho nacionalismo si la capital hubiera estado en Barcelona? Detalles así, que son el nervio de la historia, se tienden a olvidar, pero yo he intentado que mi libro transmita el dinamismo de los hechos.
-¿Cuál es el gran siglo de España?
-No es el Siglo de Oro. Yo defiendo que fue el XV porque hubo una brillantez cultural tanto en el ámbito lingüístico castellano como en el catalán, con literatos como el Marqués de Santillana o Juan de Mena y Ausiàs March o Joanot Martorell, todos influyéndose entre sí. Lo mismo ocurrió en arquitectura. Y comercialmente se dio un gran desarrollo en Castilla y Aragón. El Siglo de Oro, el XVII, en cambio, fue brillante solo en Castilla y no se puede construir España desde la entelequia de que sobra una parte. Los momentos más grandes de España se han dado cuando no ha sido centralista.
-¿La historia que se enseña en la educación secundaria tiene calidad suficiente?
-Si tuviera que aprenderla, me dedicaría a otra cosa, porque eso no es la historia. A los niños los embotan con una cosa que llaman ciencias sociales en la que el siglo XIX se reduce a cuatro revueltas sindicales y a otras tantas ideologías. Y esa manía de segmentarlo todo... En Literatura te explican a Espronceda y el movimiento romántico, mientras en Historia te hablan de la Primera Internacional, pero no conectan ambas y esa conexión es clave, pues es lo que hay que explicar. Me parece bien que pedagógicamente se hagan segmentos, pero no deberían ser tan cerrados. Debería haber un hilo conductor. Y no se hace ni en la universidad: el especialista en Historia Moderna no lee a Cervantes, y el especialista en literatura del Siglo de Oro apenas sabe quién era el rey en la época.
-¿Tiene usted soluciones?
-Ir a una nueva historia como la que desarrollo en el libro, fruto de mi enseñanza, investigación y contactos internacionales. Si nosotros no la hacemos, la harán los hispanistas extranjeros y seremos un país colonial dedicado a gestionar ideas de fuera. ¿Y qué fortaleza tendremos habida cuenta de los millones de euros que el Estado invierte en investigación básica en la universidad?
-Cuando su Nueva historia cayó en mis manos, no empecé por el principio. Me enfrasqué en los inicios del siglo XX y quedé sorprendido al ver aparecer a tantos pintores -Sorolla-, músicos -Falla- y escritores -Blasco Ibáñez, el 27-. ¡No son los personajes habituales de los libros de historia!
-Estos señores tuvieron un efecto social extraordinario. Por algo sería. Para mí un poema de Rafael Alberti es una fuente histórica tan importante como la explicación del desencadenamiento del golpe de Estado de Primo de Rivera. Entender las ensoñaciones pétreas de Gaudí es tan básico para entender una época como conocer los movimientos obreros en la Semana Trágica de Barcelona. De hecho, creo que los logros culturales permanecen más en la memoria: ¿quién se acuerda de la Semana Trágicasalvo cuatro historiadores? En cambio, la Pedrera la ven cada día miles de personas. Y si no explico, por ejemplo, los quebrantos vitales en la poesía de García Lorca, ¿cómo entender el tremendo efecto que supuso su asesinato? No escogieron matarlo por puro azar.
-¿Tenemos los españoles una pasión trágica por enfrentarnos en guerras civiles?
-La guerra civil en la Inglaterra de Cromwell fue infinitamente más cruel que la española; y laGuerra de Secesión norteamericana también fue terrible, quizá más que la nuestra: hubo masacres inútiles, como la de los campos de Pensilvania. Pero estos países aprendieron que esa no era la salida, que había que buscar otra forma de entenderse. Aquí no lo hicimos.
Rescatamos esta interesantísima entrevista realizada por el diario la Nación, a uno de los más grandes historiadores de la Edad Media, Jacques le Goff.
Discípulos y colegas llaman al francés Jacques Le Goff “el ogro historiador”. Es una referencia al desaparecido Marc Bloch, cofundador de l’Ecole des Annales, quien afirmaba que un buen historiador “se parece al ogro de la leyenda: allí donde huele carne humana, sabe que está su presa”.
De un ogro, Jacques Le Goff tiene la estatura y el apetito. También tiene una insaciable curiosidad que lo llevó a transformarse en una referencia mundial sobre la historia de la Edad Media, período al cual el hombre contemporáneo le debe muchas de sus conquistas, dice.
A los 82 años, Jacques Le Goff sigue trabajando, a pesar de la profunda tristeza que le provocó la reciente muerte de su esposa –después de casi 60 años de vida en común– y de una caída que desde 2003 lo mantiene recluido en su departamento de París.
Con cualquiera de sus libros –tantos que podrían formar una biblioteca– todo lector se siente inteligente y erudito.
Aún más que sus condiscípulos George Duby, Emmanuel Le Roy Ladurie y François Furet, Le Goff recurrió a todas las disciplinas para estudiar la vida cotidiana, las mentalidades y los sueños de la Edad Media: antropología, etnología, arqueología, psicología? Sus obras mezclan conocimiento y perspectivas. Con ellas es posible introducirse en un medioevo fascinante, donde se estudiaba y se enseñaba a Aristóteles, Averroes y Avicenas, las ciudades comenzaban a forjarse una idea de la belleza y los burgueses financiaban catedrales que inspirarían a Gropius, Gaudi y Niemeyer. En esa Edad Media masculina, la mujer era respetada, las prostitutas, bien tratadas y hasta desposadas, y solía suceder que las jovencitas aprendieran a leer y a escribir.
-Los historiadores no consiguen ponerse de acuerdo sobre la cronología de la Edad Media. ¿Cuál es la correcta, a su juicio?
-Es verdad que no todos los historiadores coinciden en esa cronología. Para mí, la primera de sus etapas comienza en el siglo IV y termina en el VIII. Es el período de las invasiones, de la instalación de los bárbaros en el antiguo imperio romano occidental y de la expansión del cristianismo. Déjeme subrayar que Europa debe su cultura a la Iglesia. Sobre todo, a San Jerónimo, cuya traducción latina de la Biblia se impuso durante todo el medioevo, y a San Agustín, el más grande de los profesores de la época.
-Usted, gran anticlerical, jamás deja de destacar el papel de la Iglesia en los mayores logros de la Edad Media.
-¡Pero no es necesario ser un ferviente creyente para hablar bien de la Iglesia! También soy un convencido partidario del laicismo: principio admirable, establecido por el mismo Jesús cuando dijo: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero, volviendo a la cronología, la segunda etapa está delimitada por el período carolingio, del siglo VIII al X.
-¿El imperio de Carlomagno fue, para muchos, el primer intento verdadero de construcción europea?
-Falso. En realidad se trató del primer intento abortado de construcción europea. Un intento pervertido por la visión "nacionalista" de Carlomagno y su patriotismo franco. En vez de mirar al futuro, Carlomagno miraba hacia atrás, hacia el imperio romano. La Europa de Carlos V, de Napoleón y de Hitler fueron también proyectos antieuropeos. Ninguno de ellos buscaba la unidad continental en la diversidad. Todos perseguían un sueño imperial.
-Usted escribió que a partir del año 1000 apareció una Europa soñada y potencial, en la cual el mundo monástico tendría un papel social y cultural fundamental.
-Así es. Una nueva Europa llena de promesas, con la entrada del mundo eslavo en la cristiandad y la recuperación de la península hispánica, que estaba en manos de los musulmanes. Al desarrollo económico, factor de progreso, se asoció una intensa energía colectiva, religiosa y psicológica, así como un importante movimiento de paz promovido por la Iglesia. El mundo feudal occidental se puso en marcha entre los siglos XI y XII. Esa fue la Europa de la tierra, de la agricultura y de los campesinos. La vida se organizaba entre la señoría, el pueblo y la parroquia. Pero también entraron en escena las órdenes religiosas militares, debido a las Cruzadas y a las peregrinaciones que transformarían la imagen de la cristiandad. Entre los siglos XIII y XV, fue el turno de una Europa suntuosa de las universidades y las catedrales góticas.
-En todo caso, para usted, la Edad Media fue todo lo contrario del oscurantismo.
-Aquellos que hablan de oscurantismo no han comprendido nada. Esa es una idea falsa, legado del Siglo de las Luces y de los románticos. La era moderna nació en el medioevo. El combate por la laicidad del siglo XIX contribuyó a legitimar la idea de que la Edad Media, profundamente religiosa, era oscurantista. La verdad es que la Edad Media fue una época de fe, apasionada por la búsqueda de la razón. A ella le debemos el Estado, la nación, la ciudad, la universidad, los derechos del individuo, la emancipación de la mujer, la conciencia, la organización de la guerra, el molino, la máquina, la brújula, la hora, el libro, el purgatorio, la confesión, el tenedor, las sábanas y hasta la Revolución Francesa.
-Pero la Revolución Francesa fue en 1789. ¿No se considera que la Edad Media terminó con la llegada del Renacimiento, en el siglo XV?
-Para comprender verdaderamente el pasado, es necesario tener en cuenta que los hechos son sólo la espuma de la historia. Lo importante son los procesos subyacentes. Para mí, el humanismo no esperó la llegada del Renacimiento: ya existía en la Edad Media. Como existían también los principios que generaron la Revolución Francesa. Y hasta la Revolución Industrial. La verdad es que nuestras sociedades hiperdesarrolladas siguen estando profundamente influidas por estructuras nacidas en el medioevo.
-Tomemos el ejemplo de la conciencia. En 1215, el IV Concilio de Latran tomó decisiones que marcaron para siempre la evolución de nuestras sociedades. Entre ellas, instituyó la confesión obligatoria. Lo que después se llamó "examen de conciencia" contribuyó a liberar la palabra, pero también la ficción. Hasta ese momento, los parroquianos se reunían y confesaban públicamente que habían robado, matado o engañado a su mujer. Ahora se trataba de contar su vida espiritual, en secreto, a un sacerdote. Tanto para mí como para el filósofo Michel Foucault, ese momento fue esencial para el desarrollo de la introspección, que es una característica de la sociedad occidental. No hace falta que le haga notar que bastaría con hacer girar un confesionario para que se transformara en el diván de un psicoanalista.
-Usted habla de emancipación de la mujer en la Edad Media. ¿Pero aquella no fue una época de profunda misoginia?
-Eso dicen y, naturalmente, hay que poner las cosas en perspectiva. Yo sostengo, sin embargo, que se trató de una época de promoción de la mujer. Un ejemplo bastaría: el culto a la Virgen María. ¿Qué es lo que el cristianismo medieval inventó, entre otras cosas? La Santísima Trinidad, que, como los Tres Mosqueteros, eran, en realidad, cuatro: Dios, Jesús, el Espíritu Santo y María, madre de Dios. Convengamos en que no se puede pedir mucho más a una religión que fue capaz de dar estatus divino a una mujer. Pero también está el matrimonio: en 1215, la Iglesia exigió el consentimiento de la mujer, así como el del hombre, para unirlos en matrimonio. El hombre medieval no era tan misógino como se pretende.
-La invención del purgatorio, a mediados del siglo XII, parece haber sido también uno de los momentos clave para el desarrollo de nuestras sociedades actuales.
-Así es. Curiosamente, lo que comenzó como un intento suplementario de control por parte de la Iglesia, concluyó permitiendo el desarrollo de la economía occidental tal como la practicamos en nuestros días.
-La invención del purgatorio se produjo en el momento de transición entre una Edad Media relativamente libre y un medioevo extremadamente rígido. En el siglo XII comenzó a instalarse la noción de cristiandad, que permitiría avanzar, pero también excluir y perseguir: a los herejes, los judíos, los homosexuales, los leprosos, los locos... Pero, como siempre sucedió en la Edad Media, cada vez que se hacían sentir las rigideces de la época los hombres conseguían inventar la forma de atenuarlas. Así, la invención de un espacio intermedio entre el cielo y el infierno, entre la condena eterna y la salvación, permitió a Occidente salir del maniqueísmo del bien y del mal absolutos. Podríamos decir también que, inventando el purgatorio, los hombres medievales se apoderaron del más allá, que hasta entonces estaba exclusivamente en manos de Dios. Ahora era la Iglesia la que decía qué categorías de pecadores podrían pagar sus culpas en ese espacio intermedio y lograr la salvación. Una toma de poder que, por ejemplo, permitiría a los usureros escapar al infierno y hacer avanzar la economía. También serían salvados de este modo los fornicadores.
-Pero hasta la aparición del sistema bancario reglamentado, en el siglo XVIII, tanto la Iglesia como las monarquías sobrevivieron gracias a los usureros. ¿Por qué condenarlos al infierno?
-Porque así lo establecían las escrituras, como en la mayoría de las religiones. En el universo cristiano medieval, la usura era un doble robo: contra el prójimo, a quien el usurero despojaba de parte de su bien, pero, sobre todo, contra Dios, porque el interés de un préstamo sólo es posible a través del tiempo. Y como el tiempo en el medioevo sólo pertenecía a Dios, comprar tiempo era robarle a Dios. Sin embargo, el usurero fue indispensable a partir del siglo XI, con el renacimiento de la economía monetaria. La sed de dinero era tan grande que hubo que recurrir a los prestamistas. Entonces la escolástica logró hallarles justificaciones. Surgió así el concepto de mecenas. También se aceptó que prestar dinero era un riesgo y que era normal que engendrara un beneficio. En todo caso, y sólo para los prestamistas considerados "de buena fe", el purgatorio resultó un buen negocio.
-La Edad Media también inventó el concepto de guerra justa, vigente hasta nuestros días, como lo demostraron los debates en la ONU sobre la guerra en Irak. Curioso, ya que el cristianismo es portador de un ideal de paz. Hasta se podría decir que es antimilitarista.
-Es verdad. Ordenándole a Pedro que enfundara su espada, Cristo dijo: "Quien a hierro mate, a hierro morirá". Los primeros grandes teóricos cristianos latinos eran pacifistas. Pero todo cambió a partir del siglo IV, cuando el cristianismo se transformó en religión de Estado.
-En otras palabras, los cristianos se vieron obligados a cristianizar la guerra.
-En esa tarea tendrá un papel fundamental San Agustín, el gran pedagogo cristiano. Para él, la guerra es una consecuencia del pecado original. Como éste existirá hasta el fin de los tiempos, la guerra también existirá por siempre. San Agustín propuso, entonces, imponer límites a esa guerra. En vez de erradicarla, decidió confinarla, someterla a reglas. La primera de esas reglas es que sólo es legítima la guerra declarada por una persona autorizada por Dios. En la Edad Media, era el príncipe. Hoy es el Estado, el poder público. La segunda regla es que una guerra es justa sólo cuando no persigue la conquista. En otras palabras: las armas sólo se toman en defensa propia o para reparar una injusticia. Esas reglas siguen perfectamente vigentes en nuestros días.
-¿Se podría decir que el hombre medieval trataba de preservar la cristiandad de todo aquello que amenazaba su equilibrio?
-Constantemente. Déjeme evocar como ejemplo el que para mí fue el aspecto más negativo de la época: la condena absoluta del placer sexual, simbolizado por el llamado "pecado de la carne". La alta Edad Media asumió las prohibiciones del Antiguo Testamento. Desde entonces, el cuerpo fue diabolizado, a pesar de algunas excepciones, como Santo Tomás de Aquino, para quien era lícito el placer en el acto amoroso. Frente a la opresión moral, la sociedad medieval reaccionó con la risa, la comedia y la ironía. El universo medieval fue un mundo de música y de cantos, promovió el órgano e inventó la polifonía.
-Hace un momento hizo referencia a los fornicadores que tuvieron un lugar en el purgatorio. ¿Cómo fue esto posible en una época de tanta represión sexual?
-Hay una anécdota que ilustra perfectamente la dualidad medieval. El rey Luis IX de Francia, que después sería canonizado como San Luis, tenía una vitalidad sexual desbordante. En los períodos en que las relaciones carnales eran lícitas (fuera de las fiestas religiosas), el monarca no se contentaba con reunirse con su esposa por las noches. También lo hacía durante el día. Esto irritaba mucho a su madre, Blanca de Castilla, que en cuanto se enteraba de que su hijo estaba con la reina intentaba introducirse en la habitación para poner fin a sus efusiones. Luis IX decidió entonces poner un guardián ante su puerta, que debía prevenirlo y darle tiempo de disimular su desenfreno. Ese hombre lleno de ardor tuvo once hijos y cuando partió a la Cruzada, en 1248, llevó a su mujer, a fin de no privarse de sus placeres sexuales. ¡No imaginará usted que la Iglesia podía enviar a San Luis a arder en el fuego eterno del infierno!
-¿También podríamos decir que la Edad Media inventó el concepto de Occidente?
-La palabra "Occidente" no me gusta. Pronunciada por los occidentales, tiene un contenido de soberbia para el resto del planeta.
-Pero entonces, ¿cómo definir, por ejemplo, a América, heredera de Europa?
-América ha dejado de ser la heredera de Europa. Lo fue hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando tanto Estados Unidos como el resto del continente dejaron de tener al hombre como centro de sus preocupaciones.
-Usted es un apasionado estudioso de la imaginación colectiva de la Edad Media. ¿Por qué eso es tan importante?
-Felizmente, las nuevas generaciones de historiadores siguen cada vez más esa tendencia. La imaginación colectiva se construye y se nutre de leyendas, de mitos. Se la podría definir como el sistema de sueños de una sociedad, de una civilización. Un sistema capaz de transformar la realidad en apasionadas imágenes mentales. Y esto es fundamental para comprender los procesos históricos. La historia se hace con hombres de carne y hueso, con sus sueños, sus creencias y sus necesidades cotidianas.
-¿Y cómo era esa imaginación medieval?
-Estaba constituida por un mundo sin fronteras entre lo real y lo fantástico, entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo terrenal y lo celestial, entre la realidad y la fantasía. Si bien los cimientos medievales de Europa subsistieron, sus héroes y leyendas fueron olvidados durante el Siglo de las Luces. El romanticismo los resucitó, cantando las leyendas doradas de la Edad Media. Hoy asistimos a un segundo renacimiento gracias a dos inventos del siglo XX: el cine y las historietas. El medioevo vuelve a estar de moda con "Harry Potter", "San Jorge", "La guerra de las galaxias" y los videojuegos. En realidad, la Edad Media tiene una gran deuda con Hollywood. Y viceversa. Pensé alguna vez que provocaría un escándalo afirmando que el medioevo se había prolongado hasta la Revolución Industrial. La verdad es que ha llegado hasta nuestros días.
-¿Se podría decir entonces que seguimos viviendo en la Edad Media?
-Sí. Pero esto quiere decir todo lo contrario de que estamos en una época de hordas salvajes, ignorantes e incultas, sumergidos en pleno oscurantismo. Estamos en la Edad Media porque de ella heredamos la ciudad, las universidades, nuestros sistemas de pensamiento, el amor por el conocimiento y la cortesía. Aunque, pensándolo bien, esto último bien podría estar en vías de extinción. .