"La capital de España pudo ser Granada, Barcelona... o Lisboa"
Catedrático de Historia Medieval y Director del Instituto de Estudios Medievales de la Universidad Autónoma de Barcelona, José Enrique Ruiz-Domènec (Granada, 1948) propone en su último libro -España, una nueva historia- otra forma de mirar a nuestro pasado. Más allá del frío recuento de fechas, el factor humano sería, para este autor, el elemento clave de cualquier narración histórica.
Cuando acudo a la cita con José Enrique Ruiz-Domènec, pienso en la catarata de elogios que está recibiendo este historiador granadino largamente afincado en Barcelona. Se reveló con la biografía El Gran Capitán: retrato de una época (2002) y hoy se le considera el paladín de la llamada historia narrativa, que evita la fría enumeración de sucesos y aspira a construir un gran relato que cautive y entretenga al lector. Voy con los deberes hechos, tras haber devorado las páginas de su ambiciosa España. Una nueva historia (Gredos), que me ha parecido un ameno reencuentro con viejos conocidos, personajes oídos mil veces en el colegio sin que realmente llegáramos a saber demasiado de sus vidas. Y voy, claro, con un folio repleto de dudas, las de cualquier español medio sobre un pasado tan manipulado por unos y otros.
-Usted escribe ahora una historia de España cuando muchos niegan que España sea una entidad con demasiada historia. Para los nacionalismos, España no existe hasta 1812, hasta las Cortes de Cádiz.
-Eso es una confusión de la cultura con la política constitucional. Si no hubiese existido España, ¿qué ocurre con la cita con la que yo comienzo el libro, del siglo XV, de la biografía de Pero Niño, conde de Buelna, en la que se dice de este que, como caballero, "mejor que él no había nadie en la nación de España"? Es una fuente histórica, no literatura, así que, si España no hubiese existido, ¿a qué se estaba refiriendo el biógrafo? ¿Se refería a Castilla? No es verdad. Y le daré otro ejemplo: cuando Pere Carbonell, archivero de Fernando el Católico, escribe un libro sobre España desde Barcelona y dice en él que Fernando es uno de los grandes reyes de España, ¿a qué se estaba refiriendo?
-Visto así, parece obvio.
-Estos historiadores se referían a una España que era una realidad cultural, una actitud sentimental, una red de tradiciones, legados y memoria en la que había un reconocimiento de la romanización como fundamento de un pasado común, con intentos variopintos de encontrar una síntesis para articular el legado romano, como el reino asturleonés, el catalán o el omeya. Cierto que los reyes no eran reyes de España, pero algunos se llamaban reyes de Hispania, el vocablo romano para hablar de España. Cuando Alfonso VII dice ser Imperator de Hispania, ¿a qué España se refiere? Por supuesto, a Castilla, León, Galicia y partes de Portugal, pero también a Toledo, Murcia y Almería -que él conquista en ese derecho-, y a Teruel y Valencia, que entonces eran musulmanas. En definitiva, no voy a decir que la España de Isabel II en el siglo XIX fuera la misma que la del rey godo Sisebuto, pero sí afirmo que ese legado cultural español existe. Y muchas decisiones actuales provienen de aciertos y errores de épocas muy pasadas.
-Explique, explique...
-El eje de vertebración de los reinos de la Península Ibérica, que se quiere articular entre los territorios de la periferia y los del centro, es una herencia de los visigodos. Ellos eligieron Toledo como capital de su entronque, que iría desde Arlés, en la Septimania romana más allá de los Pirineos, pasando por Tarragona y Toledo hasta Sevilla. ¡Ese es el eje del AVE! Y lo pensaron los visigodos.
-¿España no es una entelequia?
-En absoluto. Descansa en la geografía peninsular, muy específica y difícil, un microcontinente en un territorio muy pequeño. En sólo 60 kilómetros se pasa del clima mediterráneo suave de Benicarló con 20 ºC, a Morella, de clima alpino muy duro y temperaturas de hasta -10 ºC. Y en Andalucía, en 80 kilómetros vamos del ambiente subtropical de Almuñécar al ecosistema alpino de Granada. A su vez algunos territorios, como Cataluña, son microcontinentes dentro del microcontinente ibérico. Toda esta geografía no la podemos olvidar, porque sobre ella aparecen las modalidades de construcción del país: la España seca, la España húmeda, y problemas que aún perduran como el de adónde tiene que ir el agua de los ríos.
-¿Conocer la historia puede ayudar a solucionar problemas, o es mucho pedir?
-Los problemas los tienen que resolver los políticos, que para eso están. Pero la historia ayuda a entenderlos, aunque para ello es necesaria no una historia de opereta, como se había explicado, sino una historia real, con sus personajes y sus testigos.
-¿Una persona puede cambiar la historia, o es un tópico?
-Yo reivindico mucho el factor humano, que ha sido muy desacreditado por la hipocresía de los historiadores, pero que siempre resulta clave. No es lo mismo que el vencedor del golpe militar del 18 de julio fuera Franco a que lo hubiera sido otro general como Cabanellas, Queipo de Llano o Varela. La Guerra Civil hubiera sido diferente y la historia, distinta. Lo mismo se puede decir de Felipe II: no actuaba igual el príncipe renacentista que fue de joven que el hombre ensimismado en que se convirtió a partir de 1580. ¿Qué habría pasado si se hubiera decidido a llevar la capital de España a Lisboa, como pudo ocurrir? Hubiéramos tenido una realidad ibérica sin independencia de Portugal, porque ¿cómo se iba a haber independizado el país que soportaba la capital del reino?
-¿La capital de España, que hoy parece inamovible, pudo cambiar más veces?
-He pensado muchas veces por qué Carlos V no convirtió Granada en la capital de España. Estuvo a punto de hacerlo por razones sentimentales pero le convencieron de que estaba demasiado lejos de sus verdaderos intereses en Alemania y Lombardía. Alfonso XIII, por su parte, se equivocó al no tomar la decisión de traer la capital a Barcelona en 1888, en un momento en que todo el mundo se lo decía porque era la ciudad en auge. ¿Habría habido mucho nacionalismo si la capital hubiera estado en Barcelona? Detalles así, que son el nervio de la historia, se tienden a olvidar, pero yo he intentado que mi libro transmita el dinamismo de los hechos.
-¿Cuál es el gran siglo de España?
-No es el Siglo de Oro. Yo defiendo que fue el XV porque hubo una brillantez cultural tanto en el ámbito lingüístico castellano como en el catalán, con literatos como el Marqués de Santillana o Juan de Mena y Ausiàs March o Joanot Martorell, todos influyéndose entre sí. Lo mismo ocurrió en arquitectura. Y comercialmente se dio un gran desarrollo en Castilla y Aragón. El Siglo de Oro, el XVII, en cambio, fue brillante solo en Castilla y no se puede construir España desde la entelequia de que sobra una parte. Los momentos más grandes de España se han dado cuando no ha sido centralista.
-¿La historia que se enseña en la educación secundaria tiene calidad suficiente?
-Si tuviera que aprenderla, me dedicaría a otra cosa, porque eso no es la historia. A los niños los embotan con una cosa que llaman ciencias sociales en la que el siglo XIX se reduce a cuatro revueltas sindicales y a otras tantas ideologías. Y esa manía de segmentarlo todo... En Literatura te explican a Espronceda y el movimiento romántico, mientras en Historia te hablan de la Primera Internacional, pero no conectan ambas y esa conexión es clave, pues es lo que hay que explicar. Me parece bien que pedagógicamente se hagan segmentos, pero no deberían ser tan cerrados. Debería haber un hilo conductor. Y no se hace ni en la universidad: el especialista en Historia Moderna no lee a Cervantes, y el especialista en literatura del Siglo de Oro apenas sabe quién era el rey en la época.
-¿Tiene usted soluciones?
-Ir a una nueva historia como la que desarrollo en el libro, fruto de mi enseñanza, investigación y contactos internacionales. Si nosotros no la hacemos, la harán los hispanistas extranjeros y seremos un país colonial dedicado a gestionar ideas de fuera. ¿Y qué fortaleza tendremos habida cuenta de los millones de euros que el Estado invierte en investigación básica en la universidad?
-Cuando su Nueva historia cayó en mis manos, no empecé por el principio. Me enfrasqué en los inicios del siglo XX y quedé sorprendido al ver aparecer a tantos pintores -Sorolla-, músicos -Falla- y escritores -Blasco Ibáñez, el 27-. ¡No son los personajes habituales de los libros de historia!
-Estos señores tuvieron un efecto social extraordinario. Por algo sería. Para mí un poema de Rafael Alberti es una fuente histórica tan importante como la explicación del desencadenamiento del golpe de Estado de Primo de Rivera. Entender las ensoñaciones pétreas de Gaudí es tan básico para entender una época como conocer los movimientos obreros en la Semana Trágica de Barcelona. De hecho, creo que los logros culturales permanecen más en la memoria: ¿quién se acuerda de la Semana Trágicasalvo cuatro historiadores? En cambio, la Pedrera la ven cada día miles de personas. Y si no explico, por ejemplo, los quebrantos vitales en la poesía de García Lorca, ¿cómo entender el tremendo efecto que supuso su asesinato? No escogieron matarlo por puro azar.
-¿Tenemos los españoles una pasión trágica por enfrentarnos en guerras civiles?
-La guerra civil en la Inglaterra de Cromwell fue infinitamente más cruel que la española; y laGuerra de Secesión norteamericana también fue terrible, quizá más que la nuestra: hubo masacres inútiles, como la de los campos de Pensilvania. Pero estos países aprendieron que esa no era la salida, que había que buscar otra forma de entenderse. Aquí no lo hicimos.