Creo sinceramente que la mejor respuesta
a este crítico problema deberá llegar
desde los hallazgos de la psicología,
y específicamente de aquéllos descubrimientos
que tengan que ver con la fuente de la naturaleza y el mito.
Joseph Campbell. Los mitos.
La leyenda de Tristán e Isolda es de origen celta, una cultura (que procedente del suroeste de Alemania, donde permaneció arraigada hasta el segundo milenio a.C), que se extendió, primero en pequeñas avanzadas, hacia las Islas Británicas (1800-1600 a.C) y posteriormente en forma franca hasta la Galia e Iberia (1200-800 a.C.). Esta civilización tuvo su momento de apogeo durante los siglos vi-i a.C. y fue en este período en que se lanzó a Gran Bretaña. Su dispersión y métodos de conquista no planificados llevó a los celtas una pronta decadencia en el siglo ii, aunque su cultura permaneció sin diluirse hasta la Edad Media en Irlanda y norte de Escocia, lugares a los que el Imperio Romano no había propagado su poder.
Una de las fuentes indica como probable el que en las zonas celtas de las Islas Británicas se habría originado una leyenda en torno al rey de Irlanda Drystan, que reinó entre 780-785 d.C, adaptada y divulgada por cuentistas bretones y enriquecida con las aventuras juveniles del héroe. Posteriormente se unificaron con elementos provenientes de la tradición musulmana y los relatos orientales, transformando la primitiva leyenda celta.
Otra de las fuentes atribuye el origen de algunos episodios a una leyenda, la de los Fianna, que poseía un grandioso relato sobre un triángulo amoroso entre Finn, Griani su desposada y Diarmaid, su sobrino.
La historia, en primer lugar, fue transmitida oralmente por la trovadoresca, una lírica amorosa con su teoría del amor cortés, que asimiló influencias orientales y árabes. Los trovadores eran clérigos dedicados al menester literario, poseedores de una lengua latina docta y desligados de su oficio eclesiástico, difundían el patrimonio cultural entre la clase noble.
Respecto a la tradición escrita, los textos anglo-normandos más antiguos datan del siglo xii: Tristrem de Thomas, al que le sigue el Tristán del normando Béroul, y en el siglo xiii Sir Tristrem, novela en verso que Walter Scott atribuye a Thomas of Ercildoune, llamado The Rhymer. Las versiones alemanas son las de Eilhart von Oberg, proveniente de una traducción escrita hacia 1170 de un original perdido, y la de Gottfried de Estrasburgo compuesta a principio del siglo xii sobre la versión de Thomas.
Según el historiador Georges Duby en El amor en la Edad Media y otros ensayos, existe un módelo esquemático que corresponde al amor cortés o fine amour. En este esquema un hom,bre "joven" —sin esposa y cuya formación no ha concluido— asedia a una mujer casada y, en consecuencia, inaccesible, protegida por un tipo de sociedad, que consideraba el adulterio de la esposa como la peor de las subversiones, amenazado con terribles castigos.
El amor fino, practicado en diferentes espacios de la corte, era considerado como algo exclusivo de los cortesanos."
La leyenda de Tristán e Isolda es una de las más importantes creaciones poéticas y espirituales. No es sólo el testimonio de una época, ni el de un romance del amor cortés, es el testimonio de un amor-pasión mas fuerte que las leyes, que la moral, y que la vida misma y sus personajes representan un interrogante en cuanto a su naturaleza mítica y arquetípica. Pero, ¿qué son realmente los mitos y los arquetipos?.
Dice Manuel Angel Vázquez Medel en su artículo "El mito de Prometeo: Fundación y la quiebra de lo humano" publicado en la Universidad de Sevilla: "El mito, semióticamente, constituye un tipo de discurso fundamentador (a veces etiológico) que se caracteriza no sólo por sus dimensiones sintáctica y semántica sino, sobre todo, por su dimensión pragmática. Para que funcione con eficacia requiere un pacto fiduciario entre narrador y receptor.
El pensamiento mítico es un espacio privilegiado de reflexión. Un depósito de experiencias humanas, de pasiones y conflictos no sólo en clave racional (aunque no están del todo desprovistos de una ratio interna) sino, sobre todo, en clave emocional, vivencial (…)Volver la mirada al espacio mítico y preguntarnos cómo se registra en él la experiencia de la humanidad, cómo se funda y cómo se ve amenazado lo humano, es también volver no a un momento precario e infantil de la experiencia del hombre (in genere), sino, muy al contrario, a una experiencia más inmediata (en el sentido de menos mediada), más pura, más viva (…)Tal vez las grandes verdades del pensamiento griego hayan tenido a la postre mejor fortuna en el marco de la civilización occidental.
Desintegrado el espacio vital que regía su vivencia y sus interpretaciones, el espacio mítico ha podido ser fuente constante de reflexión abierta y de reinterpretaciones. Liberados de su doxa (que también existió en su momento) y de instituciones preservadoras y transmisoras de un significado y un sentido únicos, los grandes mitos grecolatinos recorren toda la espina dorsal de la experiencia de la cultura occidental."
Para Carl Gustav Jung los arquetipos son formas o imágenes que integran el inconsciente colectivo, patrimonio de toda la humanidad, constitutivos del mito y que al mismo tiempo son productos autóctonos e individuales de origen inconsciente. Para Nietzsche, en nuestros años atravesamos el pensamiento de toda la humanidad primaria. De la misma manera en que el hombre razona en sus sueños razonaba en su etapa primera hace miles de años… El sueño nos retrotrae a las etapas primitivas de la cultura humana y nos da un medio para entenderlas mejor. Si bien los arquetipos son "seres eternos del sueño", no pertenecen exclusivamente al campo onírico, sino también al inconsciente colectivo, y particularmente al de los pueblos, y se encuentran en condiciones más desarrolladas en cuentos populares, mitos y leyendas.
Así pues, estos dos conceptos profundamente entrelazados, arraigados y perfectamente esquematizados son el eje central de este resumen, que pretende dar respuesta a un interrogante surgido de la lectura de la leyenda, esencial para la labor creativa de un escritor - guionista: ¿Hay mitos y arquetipos en Tristan e Isolda?
La Leyenda
Todo empezó en una batalla: el buen rey Marcos veía como las tierras de Cornualles caían en manos del enemigo. Ante el horror, el fiel rey de Leonís, Rivalen, no dudó en cruzar el mar para ofrecer su espada a la espada amiga. Del final de la guerra no solamente obtendrían la victoria, sino que en virtud de su valentía, el rey Marcos ofrecería a Rivalen la mano de Blancaflor, su hermana. El compromiso no fue un fraude, aquellos dos inocentes se querían, pero su dulce matrimonio fue breve. Tuvieron que volver a su reino para defenderlo de otros enemigos.
Esta vez, la guerra sólo trajo desgracias: el cuerpo muerto de Rivalen y una tristeza profunda en el corazón de Blancaflor, que el mismo día que trajo al mundo a su hijo, murió y, como no podía ser de otra forma en un día tan triste, le puso por nombre Tristán. Pero el recién nacido no tuvo tiempo ni de llorar, porque los enemigos entraban en el castillo. Con el rey y la reina muertos, solamente quedaba el leal Rohalt para salvarlo: huyó con el recién nacido entre sus brazos y lo haría pasar por su hijo hasta que fuera seguro devolverle al linaje al que pertenecía, el de rey de Leonís.
Tristán fue educado entre sus hermanastros, pero a los siete años el escudero Governal se hizo cargo de su enseñanza, aquel que necesita todo rey para ser un caballero tanto en las armas como en las artes.
Fue este aprendizaje el que le salvó la vida cuando, raptado por unos mercaderes de Noruega y finalmente abandonado a la suerte del mar, llegó a tierras lejanas donde lo apreciaron por todos estos conocimientos. Esta tierra era Cornualles y el que más le quería era el buen rey Marcos. ¡Qué gran noticia cuando supieron que la sangre los unía! ¡Qué emoción sintieron cuando el buen rey Marcos vio al fin en los ojos de Tristán los del valiente Rivalen y la bella Blancaflor! Tanta era la amistad que unía ahora a estos dos hombres, que cuando Tristán volvió a Leonís para recuperar su trono, dejó el reino en manos del leal Rohalt, y volvió hacia las tierras de Cornualles, junto al buen rey Marcos.
Al llegar a Cornualles, el Morholt de Irlanda estaba aterrorizando a los aldeanos: reclamaba trescientas doncellas y trescientos niños por un impuesto ancestral. Ya os lo podéis imaginar, la espada de Tristán fue la única que se levantó para defender Cornualles de aquel tratado prehistórico. El héroe venció, como era de esperar, dejando parte de su espada en el cuerpo del enemigo, que a la vez dejó en el cuerpo de Tristán el veneno de su arma. Una victoria sin fiestas. Días después del combate, Tristán reposaba en una cama emponzoñada. Su cuerpo recubierto de heridas soltada un hedor que sólo el amor del fiel Governal y del rey Marcos podían soportar... pero Tristán puso fin: pidió a Governal que lo metiese en una barca y que lo enviase hacia al mar, una vez lo había salvado de los mercaderes y quizás ahora lo haría del veneno del Morholt.
Esta vez, el mar le ayudó y le condenó para siempre al mismo tiempo. Lo llevó hasta las manos de una bella dama que lo supo curar, pero que también eran las manos del enemigo, de la sobrina del Morholt y de la hija del rey de Irlanda, Isolda la Blonda, las mismas manos que, sin quererlo, lo llevarían a una vida de errático amor. Pero esto último Tristán todavía no lo sabía, cuando las heridas empezaron a desaparecer y su rostro podía ser identificado, huyó a Cornualles dónde tomaría la fatídica decisión.
En el castillo del rey Marcos ya había empezado el complot: los varones más recelosos veían con malos ojos la amistad que le unía con Tristán y le exigían descendencia. Cansado de tanta palabrería, el rey Marcos propuso una apuesta: aquella mañana unas golondrinas le habían traído un cabello dorado y sólo se casaría con aquella a quien pertenecía. Tristán se lo pensó y queriendo tapar las bocas de aquellos que lo acusaban de pretender el reino, él mismo se echó de nuevo al mar para buscar a aquella que ya conocía y traerla a los brazos de su amigo. ¡Terrible valentía!
Cuando Tristán llegó al irlandés puerto de Weisefort, las voces reclamaban al valiente que al fin se desharía del dragón maléfico que cada día bajaba a la aldea y se comía a una familia entera. En la desesperación, el rey de Irlanda había ofrecido la mano de su hija, Isolda la Blonda, al caballero que consiguiese vencerlo.
Es evidente que Tristán no se lo pensó ni un segundo, subió por el camino que le había indicado un caballero fugitivo y comenzó la batalla entre el monstruo y el héroe: la espada de Tristán rebotó en la piel impenetrable del dragón, éste le arrancó la armadura, y con el pecho al descubierto, Tristán le devolvió el golpe una y otra vez. El dragón le ennegreció con su fuego envenenado, pero Tristán le respondió, se levantó y consiguió entrar su espada por la garganta del dragón, hasta llegar al mismo corazón de la bestia que quedó partido en dos. Tristán todavía tuvo fuerzas para cortarle la lengua como prueba de su hazaña, pero el veneno de la bestia ya circulaba por sus venas y entre los matorrales dejó caer su cuerpo vencido.
El cobarde caballero que había indicado el camino del monstruo a Tristán, volvió aquel mismo día donde estaba el dragón y al ver que estaba muerto pensó el engaño: el caballero que había matado a la bestia seguramente estaría muerto, así que cogió la cabeza del dragón y reclamó la mano de Isolda la Blonda. Al rey le costaba creer que aquel cobarde hubiese realizado la hazaña e Isolda la Blonda, lista entre hombres y mujeres, no quiso claudicar. Reunió a sus sirvientes más fieles y quiso ver la escena del crimen; unos metros más allá de donde se encontraba el dragón muerto, el cuerpo abatido de Tristán clamaba justicia.
De nuevo la habitación de Isolda la Blonda acogió al héroe para curarlo del veneno y poder demostrar, una vez recuperado, que él había sido el vencedor. La bella dama no reconoció en el rostro de Tristán al asesino de su tío, pero en cambio la espada del héroe habló por él: le faltaba un pequeño trozo que encajaba perfectamente con el que Isolda la Blonda había encontrado en el cuerpo de su tío Morholt, cuando volvió difunto a Weisefort.
No se lo pensó. Cogió la espada que un día había matado a su tío y la encaró contra Tristán. El valiente no tenía ni armas ni arpas para apaciguar la ira de la bella dama, pero todavía le quedaban las palabras. Despacio, la fue convenciendo de su valor, de por qué había tenido que matar el Morholt, de cómo había luchado por ella para deshacerse el dragón y de cómo había empezado todo cuando unas golondrinas habían traído uno de sus cabellos dorados a Cornualles.
La princesa se enterneció, pero la ternura no sería igual en el corazón del rey de Irlanda cuando viese delante suyo el culpable de la muerte de su hermano. Así que Isolda, otra vez lista como nadie, le hizo jurar a su padre que siempre guardaría lealtad al héroe que había matado al dragón y que le ofrecería igualmente su mano como esposa. Ante toda la corte de Weisefort apareció Tristán. El odio se podía leer en las espadas que, ahora desnudas, clamaban venganza. Anticipándose a la revuelta, Tristán había pedido que los mejores varones del reino de Cornualles viajaran hacia Weisefort para presentarse en el castillo. Acababan de entrar a la sala donde, con su nobleza, apaciguaron la rabia de Irlanda.
Las manos del rey de Irlanda unían ahora las de Tristán e Isolda y en aquel bello momento, Tristán prometió en voz alta que llevaría a la dama hasta los brazos del rey Marcos. Duras palabras para el corazón enternecido de Isolda la Blonda, que ahora se sentía traicionada por aquel que ella había decidido defender y que no la quería por esposa. La madre reina, previendo la inmensa tristeza de su hija, preparó una poción mágica en secreto y se la dio a la leal Brangien, sirviente y amiga de la princesa. Cuando el rey Marcos e Isolda bebieran la poción quedarían enamorados –con un amor que pocos mortales podrían entender- hasta el mismo día de su muerte.
La poción no tocó nunca los labios del rey Marcos. En el barco camino de Cornualles, mientras Brangien dormía el peor sueño de su vida, Tristán e Isolda tragaron por error el líquido encantado. Cuando Brangien despertó ya era demasiado tarde, los amantes estaban destinados a serlo por siempre jamás y en aquel mismo barco se entregaron el uno al otro, traicionando por siempre la lealtad al rey Marcos y entrando en un infierno que los perseguiría el resto de sus vidas.
Llegados a Cornualles, todo fueron abismos de este mismo infierno para los desesperados: la noche de boda con el rey Marcos, Brangien se hizo pasar por Isolda la Blonda dejando así su virginidad en manos del monarca y guardando a su reina de toda deshonra; después Isolda se iba volviendo loca de desconfianza, hasta el punto de ordenar a dos caballeros la muerte de su amiga Brangien, por miedo a que hablase –¡suerte tuvo Isolda de la piedad de los dos caballeros ante la historia de Brangien, que finalmente pudo volver a la corte en vida, abrazada por la amistad que Isolda le profesaba de nuevo!-; más tarde los varones empezaron a sospechar de los amantes y metieron otro veneno, el de los celos, en el corazón del rey Marcos para que echara a Tristán de su reino.
Así fue: el rey Marcos finalmente cedió a las malas lenguas, y tras varios intentos fallidos por parte de los varones llegó la prueba concluyente: un hilo de sangre de una herida insignificante de Tristán se podía ver en la cama que cada noche compartían el rey Marcos e Isolda la Blonda. El odio no se hizo esperar y construyó una hoguera para quemarlos el mismo día. Camino de la hoguera, Tristán consiguió escapar, pero cuando el rey supo que Tristán se había escapado, su odio creció tanto como las llamas que ahora se levantaban delante suyo. Ya a punto de echar a la hoguera a la que había sido su dulce esposa, el grupo de leprosos de Cornualles habló: ¿realmente la odiáis y queréis que muera en un instante?, le dijeron.
La propuesta de los leprosos era macabra: que les dieran a Isolda la Blonda para vivir entre ellos, para convertirse en una de ellos y ver cómo su cuerpo radiante se iba deformando en una muerte cruel y lenta. Una venganza perfecta que el buen rey Marcos no desaprovechó. Los leprosos se llevaron a Isolda la Blonda pero ignoraban que Tristán bien pronto se la arrebataría de nuevo para llevársela a la profundidad de los bosques de Cornualles.
Dos años vivieron en medio del bosque acompañados del fiel Governal. Extrañamente felices, los harapos y la comida primitiva no les molestaban. Pero el veneno del amor no los eximía de los remordimientos y por eso cada noche sus cuerpos desnudos se juntaban, pero sin llegar nunca a tocarse. Una espada separaba los dos jóvenes en señal de castidad. Así fue como se los encontró el rey Marcos cuando descubrió la cabaña. No estaban acurrucados, el uno sobre el otro, entrelazando brazos y piernas como correspondería a cualquier pareja de amantes. Y comprendió. Puso su espada en lugar de la de Tristán separando de nuevo a su amigo y a su esposa. El mensaje era claro, podían volver a casa.
A su regreso, las voces de los varones no se hicieron esperar. De nuevo pedían el exilio de Tristán, y contra su propio corazón, el rey Marcos accedió. También pidieron el juicio del hierro rojo para Isolda la Blonda, según el cual si decía la verdad, al coger el hierro al rojo vivo su mano quedaría intacta. La bella dama no tembló. Envió un mensaje a Tristán, que no se había marchado de la comarca, pidiéndole que fuese a la playa vestido de mendigo.
El día señalado, llegaron en barco al juicio, pero Isolda pidió la ayuda de algún mendigo para no mojarse el vestido. El harapiento Tristán se acercó y cogiéndola entre los brazos la llevó hasta la arena, donde Isolda la Blonda le hizo caer. Ya os imagináis por qué. Al hacer el juramento fue concisa: os puedo prometer que nunca en la vida nadie más que el rey Marcos y este mendigo que acabáis de ver me ha tenido entre sus brazos. El hierro al rojo vivo fue como agua para las manos de Isolda.
Un triste final
Recuperada la confianza del rey y cumplido el juramento, Tristán decidió que era el momento de alejarse si no quería volver a traer la desgracia a la vida de su amada. Los amantes se separaron por primera vez. No podían vivir ni morir el uno sin el otro. Separados, no era la vida ni la muerte, sino la vida y la muerte a la vez. En la distancia, los celos aparecieron en sus corazones. Tristán había cabalgado todas las tierras del Mediterráneo ofreciendo sus servicios de caballero en diferentes reinos. Ni un mensaje de Isolda la Blonda. La veía cubierta por las amabilidades del rey Marcos mientras él vagaba por tierras lejanas.
Finalmente, en el reino de Bretaña aceptó la mano de una dama que, ironías del destino, tenía por nombre Isolda de las Blancas Manos. En el mismo momento que aceptó se arrepintió; cuando la tuvo en la cama nupcial le mintió: no podía darle su cuerpo hasta pasados seis meses.
No pasaron seis meses que, en una de las batallas que Tristán libró para defender su nuevo reino, otra vez entró el veneno en sus venas. Esta vez, no obstante, no había remedio. No podía ser más desgraciado y en la desgracia, había confesado al hermano de Isolda de las Blancas Manso, ahora su amigo, su tortura. También un veneno, ¡pero este de amor! El leal compañero se enterneció ante la petición que le hacía Tristán: ver a Isolda la Blonda antes de morir. Aceptó el favor y quedó con Tristán en que si volvía con ella, alzaría velas blancas en su barco, y si no podía hacerlo las velas serían negras.
Tal día llegaba ya Isolda la Blonda para ver a su amante, que la otra Isolda, la de las Blancas Manos, llevada por la rabia de saberse segunda mintió a Tristán diciéndole que el barco de su hermano alzaba velas negras. Allí mismo se fundió el cuerpo del héroe y todavía estaba caliente cuando Isolda la Blonda entró en la habitación. Pero aquel calor era sólo un recuerdo de Tristán, una sombra que ya no volvería a dormir a su lado. Y así mismo, como había entrado, se tumbó sobre el cuerpo muerto de Tristán para morir ella también. No eran nada si no estaban juntos. Y también juntos, moría ahora uno contra el cuerpo del otro.
Algunas reflexiones:
El paso del tiempo renovó la leyenda en versiones, interpretaciones y porqué no, también hubo de servir de inspiración para la creación de otros amores trágicos como los de Romeo y Julieta o Brunilda y Sigfrido.
Su estructura compleja provoca asombro al tratar de imaginar cómo los itinerantes trovadores eran capaces de llevar en su memoria tanta cantidad de episodios, personajes y sentimientos.
Pero no es simplemente una historia bien contada, es la epopeya de un amor pasional, que crea sus propias reglas, que quebranta la moral y las convenciones de una época, es la reformulación de algunos mitos y la comprobación de otros; es al mismo tiempo la destrucción de arquetipos tradicionales y la elaboración de nuevos.
Podría decirse que la historia se divide en dos universos opuestos; el primero narra el viaje de un héroe predestinado a la tragedia, que no duda jamás en ponerse al servicio del honor y la defensa de los débiles y posteriormente, la crónica se vuelve una sucesión de trampas que ha de tenderle al héroe el amor que le profesa a una mujer que le está prohibida. Una princesa y más tarde reina, quien además será la esposa de su tío.
Es el amor, la pasión oculta dentro de la metáfora de una poción, el que rompe los esquemas de un relato convencional de heroicos y honorables protagonistas, y la naturaleza mágica de esa filtro los transporta a través de la historia, los vuelve carne y sangre, para reflejar en su amor imperfecto, en sus peores defectos y en sus mas admirables virtudes, el alma del lector que por primera vez conoce la leyenda.
Para saber más:
Joseph Bédier. «El romance de Tristán e Isolda David González Ruiz (2010).
«Breve Historia de las Leyendas Medievales». Consultado el 27 de diciembre de 2012.↑ Fiona Swabey (2004).
«Eleanor of Aquitaine, Courtly Love, and the Troubadours» (en inglés) p