Hoy tratamos en estas lineas, la historia de Pedro Abelardo y su joven pupila Eloísa. Esta microhistoria, es real, no es leyenda y sucedió en pleno siglo XII, época de esplendor iniciada en el siglo X hasta el siglo XIII, que ha sido bautizada por muchos historiadores como El despertar de Europa.
Asistimos al desarrollo del urbanismo, dentro de los burgos, de un gran crecimiento económico, (que implica la consolidación de los mercados regionales y del comercio internacional, así como de una economía monetarizada) y demográfico, así como cultural también( manifestado con el surgimiento de las primeras universidades, como la de Bolonia, que data del siglo XI, y con la expansión de las lenguas romances). Europa en resumen,,vive su Edad de Oro, recuperando su esplendor perdido con caída del Antiguo Imperio Romano.
En este contexto histórico se ha de insertar la historia de nuestros protagonistas, los cuales fueron testigos presenciales de todos estos cambios antes mencionados, en este siglo de contrastes tan marcados. Si conocemos de buena tinta hoy las desventura de Pedro Abelardo y su amada pupila, es gracias a las cartas que de ambos conservamos, su correspondencia de amor y pasión, así como a la Historia Calamitatum, una especie de autobiografía, hecha por Abelardo, en sus años de vejez en la cual expone la historia de sus desventuras, en parte para defenderse de quien le atacaba.
Nacido en la Bretanya en 1079, Abelardo, era hijo de un tal Berenger, burgués rico que le dio una educación esmerada. Abelardo se apasionó desde sus primeros años por el estudio; renunció a la carrera militar y estudió lógica y dialéctica. Imbuido por un espíritu combativo se dedicó a viajar por diversas provincias para disputar dialécticamente con aquellos que practicaban ese arte
El nacimiento del siglo XII contempla la entrada en París de un joven Abelardo anhelante de conocimientos y rebosante de ambición intelectual y social. Los dos años siguientes fueron de febril aprendizaje. Ingresa en la escuela de la Catedral para estudiar dialéctica con el más renombrado filósofo de la época, Guillermo de Champeaux. Abelardo, un joven apuesto e inteligente, dedicado a la filosofía conquista rápidamente una brillante reputación. Un éxito que generó dos sentimientos: envidia de los demás y su propio orgullo.
Este es a grandes trazos el retrato de nuestro joven primer protagonista.
Un personaje que pronto formaría sus propio centros de enseñanza en la colina de Santa Genovena, cerca de París. Hasta allí se acercaría la otra gran protagonista de esta historia, Eloísa una joven famosa por su belleza y su refinada cultura y sobretodo por ser sobrina del canónigo de la catedral de París, Fulberto. La joven adolescente, pronto caería en los encantos de Abelardo, y Abelardo en los de élla. Enseguida se interesó por ella y bajo el pretexto de instruirla, logró canjear el alquiler de una habitación por darle clases.
El acercamiento al amor, provocó, según cuenta el mismo Abelardo, el alejamiento de la filosofía
La pasión entre ambos fue muy intensa.se cuenta que cuando Eloísa quedó embarazada, Aberlardo decidió raptarla para conducirla a Bretaña. Allí, dio a luz un niño en la casa de la hermana de su amante. Pero cuando Abelardo regresó a París, Fulberto lo esperaba para ejecutar su venganza: sus emisarios multilarían sus genitales sin mas al seductor de su sobrina. La ocultación de su amor era ya imposible y el escandalo mayusculo en el París de esa época.
Abelardo decidió no volver a ver a Eloísa y retirarse a un monasterio. Eloísa también se convirtió en monja pero nunca dejó de amar a Abelardo. A pesar de que nunca más se hablaron, mantuvieron correspondencia hasta el momento de la muerte de Abelardo. Esa correspondencia se ha recogido en el libro Cartas de Abelardo y Eloísa. Nuestra protagonista, Eloísa, murió años después y se le concedió ser enterrada junto a su amado Abelardo.
Ésta es la historia de este amor imposible entre un joven tutor que podía haber llegado a los más altos grados de fama y prestigio dentro de la filosofía y la lógica. Su pasión por Eloísa hizo que pusiera su carrera en segundo plano y que dejara todo por élla. Es por ello, que muchos sectores de la Iglesia le pusieron como ejemplo a evitar y de las consecuencias que lleva la poner la lujuria por encima de la ética religiosa. Rechazando cualquier tipo de moralina, Abelardo es visto hoy, como un genio, todo un adelantado a su época, un renovador de la ética y la lógica.
Sus cartas de amor nos permiten así mismo revivir su pasión, durante más de 20 años se cartearon los antiguos amantes, él siempre se muestra más frío y distante en ellas, Eloísa en cambio casi se muestra cálida y apasionada, con desprendimientos de locura romántica y con cierta pena por lo sucedido a su amante.
He aquí, un extracto de algunas cartas de nuestros amantes, de Eloísa hacía Abelardo:
"Las cartas de los amigos ausentes siempre son bien recibidas. El mismo Séneca nos da Buena muestra de ello cuando escribe este pasaje en una carta a su amigo "
“Te agradezco tus frecuentes cartas, pues es la única manera de hacerme sentir tu presencia. Siempre que las recibo tengo el íntimo sentimiento de que estamos juntos.” – Eloísa diciéndole sutilmente a Abelardo ¡por que fregados no me escribes! Tu sabes amado mío – y todos saben también – lo mucho que he perdido al perderte a ti. Y cómo la mala fortuna – valiéndose de la mayor y por todos conocida traición – me robó mi mismo ser al hurtarme de ti.
"El nombre de esposa parece ser más santo y más vinculante, pero para mí la palabra más dulce es la de amiga y, si no te molesta, la de concubina o meretriz. Tan convencida estaba de que cuanto más me humillara por ti, más grata sería a tus ojos y también causaría menos daño al brillo de tu gloria".
"Dios me es testigo de que, si Augusto – emperador del mundo entero – quisiera honrarme con el matrimonio y me diera la posesión de por vida, de toda la tierra, sería para mí mas honroso y preferiría ser llamada tu ramera, que emperatriz".
Cartas de Abelardo a Eloísa:
“El que encuentra a una mujer buena, encuentra un tesoro y consigue el favor del Señor”. Y más adelante “La casa y las riquezas se heredan de los padres, pero la mujer prudente es don de Dios”.
Tú sabes a qué bajeza arrastró mi desenfrenada concupiscencia a nuestros cuerpos. Ni el simple pudor, ni la reverencia debida a Dios fueron capaces de apartarme del cieno de la lascivia, ni siquiera en los días de la Pasión del Señor o de cualquier otra fiesta solemne.
Merezco la muerte y alcanzo la vida. Se me llama y doy la espalda. Persisto en el crimen y soy perdonado contra mi voluntad.
Me dices: “Pero yo sufrí por ti”. No lo pongo en duda. Pero sufriste más por ti; y eso mismo contra tu voluntad. No por un amor que saliera de ti, sino por coacción mía. Ni redundó en tu salvación, sino en tu dolor. Él, en cambio, padeció porque quiso y te trajo la salvación; Él que con su pasión cura toda enfermedad y disipa toda pasión